viernes, 15 de julio de 2016

El verdadero historiador

El verdadero historiador no añora el pasado: aprende de él y quiere transmitir su aprendizaje a los demás. Analiza los hechos del pasado, quiere comprenderlos y luego trata de explicarlos. Hace lo posible por no juzgarlos, sino que saca conclusiones tomando distancia de ellos. Sabe que su tiempo es el presente y que no puede incidir sobre lo que ya pasó.
Quien investiga la historia y añora el pasado se equivoca el momento de historiar: sus análisis no son objetivos, pues busca demostrar que «todo tiempo pasado fue mejor». Suele sentir que nació en un tiempo equivocado, lo que distorsiona su comprensión de los hechos, ya que, con su formación y sus conocimientos actuales, observa y juzga lo que ya fue como si pudiera ser aún... y muchas veces no considera los elementos negativos.
Y si llega a considerar las deficiencias de la vida en otros tiempos, es decir, los aspecto negativos, lo hace sientiéndose siempre como parte de la élite, como parte del grupo privilegiado que no sufrió o que sufrió muy poco esas deficiencias. Quisiera ser ser rey y no pastor, señor y no siervo, caballero y no labriego, conquistador y no conquistado, noble y no plebeyo, terrateniente y no huasipunguero, «gran cacao» y no peón.
El verdadero historiador se sabe y se acepta como producto de los hechos del pasado, no como una extensión de ellos, y tampoco anhela ser protagonista de uno. Puede ponerse en los zapatos de los protagonistas de la historia, que es necesario que lo haga, pero sabe que no es uno de ellos.
Hurgar la historia es una gran responsabilidad. Servirse de ella no es opción para quien se da cuenta de la influencia que sus descubrimientos y, más aún, sus interpretaciones pueden tener sobre el presente. La principal brújula del historiador es y tiene que ser la objetividad.

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