En un tono poco formal, escribí este «ensayo» en 2004. Me parece que mantiene su vigencia… ¿cierto? OJO: Se puede hablar aquí de relatividad cultural pero nunca de relatividad moral, que son dos cosas muy diferentes y que pertenecen a diferentes esferas del pensamiento humano.

 

Este es un tema del que me siento capaz de hablar a mis anchas, ya que he demostrado ser y me considero un ignorante a carta cabal. Tanto así es mi ignorancia, que en mi disertación no citaré bibliografía ni autores que hayan escrito o filosofado sobre el tema, pues ignoro si existen o no. Todo lo que aquí se consigna está basado en mis inexperiencias personales y los contactos que he tenido con otros ignorantes, que no sé si serán más o menos que yo.

 

ORÍGENES

La ignorancia se originó en Grecia (creo), cuando un señor, del que ignoro el nombre, dijo: “Yo sólo sé que nada sé”. 


UN DERECHO HUMANO
La ignorancia debería ser considerada como uno los derechos humanos, ya que es intrínseca al ser humano y sin ella no podría aprender las cosas que ignora.

UN VALOR AGREGADO
La ignorancia debería ser facturada a los políticos por parte de las masas, porque es un elemento del que se valen para conseguir sus metas. Mientras más ignorante es la gente, más votos se obtienen. Relación inversa entre conocimiento y cantidad de votos. 

EL JUSTIFICATIVO UNIVERSAL
«Lo siento, no lo sabía». 

IGNORANCIA ERUDITA  (o supina ignorancia)
Este es un tema un poquitín más delicado, pues incluye a todos aquellos que creen saber, pero esa sapiencia es base para su ignorancia. En este grupo se incluye todos aquellos leidos (sin tilde ni hiato) y estúdiados (con tilde esdrújula), que han pasado por universidades, se han fundido el seso y han conseguido o no títulos, pero esto les sirve para decir a los demás que son ignorantes.

La «ignorancia erudita» es propia de profesionaloides e intelectualoides que se atreven a gritar: «¡IGNORANTE!» al busetero que les lanza el carro, sin darse cuenta de que, con el epíteto emanado de sus estudiadas bocas, se justifica la ignorancia de quien la comete.

Es consumada, asimismo, por puristas de cualquier ciencia, sobre todo de las literarias, que no permiten otra razón para la inspiración si no es la inspiración misma. Ignoro el nombre de un escritor gallego que recibió el Premio Príncipe de Asturias (ignoro el año) al que se le acusaba, en cambio, de apoyar con su literatura per se a no sé qué dictador español, al no comprometerse como el resto de intelectuales que fueron desterrados. 

TODA literatura es comprometida: con la Literatura, con la conciencia, con la política, con lo social, con el amor, con el desamor… con la ignorancia y con un sin fin e ignorado número de inspiradores temas más.
Los puristas ignoran que la inspiración nace de cualquier hecho de la vida, no sólo de la literatura, de la que se piensan amos y señores.

También tenemos a los puristas de las ciencias sociales, en particular de la Economía (ya sean neoliberal o socialista del siglo XXI), los que tienen como axioma, como dogma y ley eterna cualquiera de sus revolucionarios criterios: «El mercado lo define todo, hasta el color de la piel», dicen unos; «Todo ya es de todos», dicen los otros. Tanto los primeros como los segundos no admiten posiciones intermedias; si alguien opta por un sincretismo, lo tachan de «tibio» o de «mediocre», sin darse cuenta de que la mediocridad anida en sus extremismos. 

SOBERBIA IGNORANCIA O supina ignorancia, está estrechamente ligada al tema anterior, y la engrosan los que dicen: «Si yo sé más que este ignorante», y por dentro piensan: «... por eso soy mejor».

CONOCIMIENTO = COMPRENSIÓN El nivel de comprensión a nuestros semejantes es inversamente proporcional a nuestra ignorancia, o al menos debiera serlo.

Mientras más aprendemos, sabemos y conocemos, más fácil se nos debiera hacer el entender a los demás. Debiera. Por ejemplo, si yo conozco la cultura musulmana, de dónde nació, por qué se origino y quién la fundó, en qué se basó, cuáles son sus diferentes ramas y sectas, etc., todo ese conocimiento debería hacer que yo comprenda (no que acepte) de mejor manera los hechos que suceden en Medio Oriente o los atentados en Occidente. No los aceptaré, pero sabré un poco mejor qué es lo que se cruza por la mente de esas personas en el momento en que actúan y me daré cuenta de que no son ignorantes, son diferentes… asesinos, sí, pero no ignorantes.

Si yo conozco las condiciones a las que los indios han sido sometidos por más de 500 años, la ignorancia a la que convenientemente se les condenó, la manera infrahumana en la que se les acostumbró a vivir, podré saber que no son «¡Indios puercos!», sino que son resultado de un proceso denigrante.

Si voy a la selva y resulto herido por la mordida de una serpiente, yo no sé cuál de las hierbas me ayudará a sanar. Es ese momento cuando puede ser uno de esos «indios ignorantes» el que me salve la vida… gracias a su sabiduría. Yo habría muerto, gracias a mi ignorancia, ¿cierto?

No puedo juzgar como bárbaros o asesinos a individuos que asesinaron y mataron en otras épocas, siguiendo las costumbres y fines de sus soberanos, pues ignoro los condicionamientos a los que la evolución social de su pueblo los sometía. Para, por lo menos, comprenderlos un poco, deberé hacer un ejercicio de humildad y aceptar que, a pesar de lo que estudie y lea, nunca voy a conocer de lleno todos esos condicionamientos, sus circunstancias… tan sólo haré un acercamiento.

El conocimiento y la ignorancia son relativos al tiempo y al espacio.

Podremos disminuir nuestra ignorancia a medida que vayamos aumentando nuestra voluntad de comprender a nuestros semejantes.