domingo, 15 de abril de 2012

Notas sobre lenguaje: ¿Presidenta o presidente?

Este artículo fue escrito y publicado por primera vez en 2010, pero la vigencia (¿reincidencia?) de la difusión de un error sobre este tema hace que no esté de más publicarlo una vez más.



En los últimos años ha circulado en Internet un mensaje que pretende convencer, con argumentos ideológicos, que el sustantivo presidenta no es más que un «absurdo feminismo», producto de la corriente izquierdista que ha soplado los últimos tiempos en Latinoamérica, y hace además un análisis simplón que pretende ser gramatical y que no pasa de un apriorístico repaso a normas mal citadas.

En primer lugar, debe aclararse que las reivindicaciones de género, si bien han revolucionado al mundo, no son «de izquierda», sino que se han venido dando progresivamente desde hace más de 100 años, en relación directa con el afianzamiento de la incursión de la mujer en áreas que antiguamente eran sólo para varones. Doctora, psicóloga, arquitecta, médica…, cajera, son palabras que no tenían antes forma femenina, y hay algunas que, incluso, arañan hasta hoy nuestro tímpano cuando las escuchamos. Pero esto es sólo por la costumbre.

Pero este tipo de precisiones se deben hacer desde lo estrictamente técnico-gramatical. Así, podemos aportar que, entre las palabras conocidas como participios activos y que terminan en -nte, hay las que son adjetivos (cantante: que canta) y las que son sustantivos (cantante: persona que canta por profesión). El participio activo del verbo atacar es atacante; el de sufrir es sufriente, y el de presidir, presidente.

Entonces, como todo participio, la palabra presidente fue en un inicio sólo un adjetivo, que servía para expresar la cualidad del sujeto pero, con el paso del tiempo, se convirtió en sustantivo, es decir, en el sujeto mismo. Es así que al sustantivarse, o sea, al convertirse en sujeto, existe la posibilidad de que se le dé la característica morfológica propia del género, que es usualmente el cambio de la última letra, aunque dicho cambio no siempre sea de nuestro agrado (imagínense ¡«cantanta»!).

La evolución del lenguaje, de los lenguajes y de los idiomas hace que se incluyan o se excluyan términos, que se inventen o que muten palabras, y estas cuestiones no nacen de la normativa en sí ni del mero análisis gramatical, sino de las prácticas y los usos de la gente. Y fue la Real Academia Española la que, tomando en cuenta los usos y las necesidades de los hispanohablantes, la que incluyó el vocablo presidenta en su Diccionario… por medio del análisis gramatical y social y sin necesidad de haber recurrido a argumentos ideológicos.

Y debe quedar claro que una cosa que no es la Real Academia Española es ser izquierdista.

En conclusión, la palabra presidenta sí es correcta y está además incluida en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), que, en su vigésima segunda edición de 2001, dice:
presidenta. f. Mujer que preside. || 2. f. presidente (|| cabeza de un gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc.). || 3. f. presidente (|| jefa del Estado). || 4. f. coloq. Mujer del presidente.
Por tanto, en cuestiones de lenguaje, de manera alguna podemos hacer caso a argumentos sin sustento técnico que no apelan más que a las pasiones ideológicas.



La abogada e historiadora ecuatoriana María Helena Barrera-Agarwal hace un análisis más amplio sobre lo antigua que es esta discusión:

Las raíces etimológicas del vocablo son indudables, no en vano aparecen ya, por ejemplo, en la edición de 1795 de la Gramática latina, de Juan de Iriarte. Ese análisis del tema, empero, puede ser más amplio y más profundo. ¿Por qué, exactamente, el rechazo de la voz presidenta no tiene fundamento dentro de la gramática castellana? Para responder a esa inquietud con algo de historia, vale la pena retrotraerse al año de 1787, cuando una controversia alcanza las páginas de dos periódicos madrileños. El origen de la disputa es la publicación de una noticia: el Rey ha autorizado la formación de la Junta de Damas de Honor y Mérito, adscrita a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Doña María Josefa Pimentel y Téllez-Girón, Condesa de Benavente y Duquesa de Osuna, ha sido nombrada primera Presidenta de tal organismo.

Ese nombramiento es reportado el 10 de octubre de 1787, en el Diario curioso, erudito, económico y comercial, de Madrid. Días más tarde, ese medio publica una carta firmada con el pseudónimo «Blas Corcho». Corcho se escandaliza del uso de la voz presidenta, proponiendo argumentos inevitablemente similares a los de su colega crítico del siglo veintiuno: «Leyendo en el diario de 10 de este mes la palabra Presidenta, quedé suspenso y admirado a ver con terminación femenina a los participios de presente, que nos han quedado de la lengua latina; y aunque al pronto cuidé fuese yerro de imprenta, me cercioré de que no lo era».

Sarcásticamente, Corcho afirma que si el Diario acierta a rebatir su observación de modo apropiado, «desde entonces diremos que la comida es calienta, una nación muy valienta y otras cosas a éste modo». Cuatro días más tarde, el Diario publica un segmento de una carta, sin incluir el nombre de quien la envía. Esa misiva impugna los argumentos de Corcho de modo contundente: «No hay duda en que los participios de presente, y los adjetivos acabados en ente y en ante, como saliente entrante, no admiten en castellano terminación femenina acabada en a, pues la que tienen en e es común a los dos géneros; pero tampoco hay duda en que cuando pasan a ser sustantivos, suelen mudar la e en a, conforme a la índole de nuestra lengua, convirtiéndose aquellos adjetivos de una sola terminación, en sustantivos de dos, y perdiendo muchas veces la calidad de participios que en lo antiguo solían tener».

Tan clara explicación vale hoy, como entonces. Su autor insistiría en el tema en el Correo de Madrid, de noviembre de 1787, en dos entregas sustanciales publicadas bajo el sardónico pseudónimo «Gil Tapón de Alcornoque», al que luego añadiría «y Mazo». En 1805, esos textos aparecerían en el tomo final de la edición póstuma de sus obras completas, la Colección de obras en verso y prosa de D. Tomás de Iriarte. Era, pues, el famoso fabulista del Siglo de las Luces quien argumentaba en defensa de la voz presidenta. Lo certero de su comentario llevaría a incluir su razonamiento sobre el tema en diccionarios y tratados de gramática castellana.

Aún más importante, las razones que tenía Don Tomás para intervenir en el asunto no respondían a un simple prurito gramatical o a la aspiración de presentarse como un conocedor de la lengua. La intervención de Corcho implicaba un ataque subrepticio contra la Condesa de Benavente. Tal dama se había creado enemigos por su cultura y por su patronazgo de intelectuales y de artistas, como el propio Iriarte, Francisco de Goya y Leandro Fernández de Moratín. En 1896, su ingreso a la Sociedad Matritense, junto con Doña María Isidra Quintina de Guzmán y Lacerda, había sido activamente combatido; transformaba la naturaleza totalmente masculina que tal entidad había mantenido hasta entonces.


Su elevación al cargo de Presidenta de la Junta de Damas adscrita a la Sociedad Matritense, igual que la existencia misma de tal agrupación, causaba resquemor en no pocos sectores tradicionalistas. El insinuar la inherente naturaleza masculina del título arrogado implicaba insistir en esa oposición prudentemente, visto que la idea contaba con el beneplácito del Rey. En tal contexto, es fácil comprender que, con sus artículos, Iriarte confrontaba tanto el error gramatical como el prejuicio subyacente.


«Todos y todas»

Ahora bien, existe también la inquietud sobre qué tan recomendable es el uso, que resulta cansón y repetitivo, de «todos y todas», «ciudadanos y ciudadanas», etc.

En realidad, desde el punto de vista gramatical, nada de malo hay en esa aburrida y tediosa manera tan en boga en esas políticas hiperinclusivistas de dar a cada género su forma dentro del discurso.

Pero, desde el punto de vista lingüístico, la cosa cambia. La mismia Academia ya nos aclaró ese tema hace unos meses al hablarnos de la economía del lenguaje:
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto.

La mención explícita del femenino se justifica solo cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.

El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones.

Por lo tanto, si bien gramaticalmente no está mal, lingüísiticamente resulta innecesario el uso de los dos generos. En otras palabras, está bien dicho: «La presidenta de Argentina», pero resulta vano decir: «Los presidentes y presidentas de América». Es más apropiado decir: «Los presidentes de América».

Vemos, entonces, que alegar cuestiones ideológicas para el no uso del femenino está tan mal como apelar a argumentos ideológicos para insistir en el uso por demás cansón de las dos formas. Aún así, existen ámbitos como el del derecho en los que se hace necesaria la precisión de los dos géneros para evitar distorsiones o anfibologías.

2 comentarios:

  1. Infortunadamente, Mauricio, lo que tu artículo en esencia llega a justificar, es que mañana se acepte "la cantanta" tal como hoy se acepta "la presidenta". En fin, para mí son devaneos lingüísticos, y -en contra de tu opinión y la de la sagrada familia de la Real academia de la lengua española- moriré hablando de la presidente Rosalía Arteaga, antes que hablar de ellods, ellas y elles. Un abrazo.

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